jueves, 21 de noviembre de 2019

(8E) Alejandro el Magno: Parte V


CULTO RELIGIOSO

Las ideas religiosas de Alejandro eran las convencionales en el tradicional politeísmo de la Grecia clásica, aunque como concepto moderno de religión, la más apropiada es la eusébeia, definida por Platón (Eutifrón, 12e) como «el cuidado que los hombres tienen de los dioses». Si lo que caracteriza a la religión griega son los ritos propiciatorios y sacrificiales, por medio de los que se garantiza la relación satisfactoria entre los hombres y los dioses, no hay duda de que Alejandro fue un hombre profundamente religioso que hizo sacrificios y ofrendas a los dioses olímpicos en conjunto o particularmente, como a Poseidón, a quien sacrificó un toro al cruzar el Helesponto, además de Ares y Atenea, Heracles, Asclepio, las Nereidas, Dioniso, Amón, Baal, Océano, ríos divinizados como el Indo y muchos otros.
Como dios protector de Macedonia, Zeus Olímpico, aparecía en la mayor parte de las monedas de plata que mandó acuñar en toda su historia, en las que en el anverso aparecía la figura de Hércules con unos rasgos físicos progresivamente más parecidos a los del propio Alejandro. Ambas deidades, en efecto, le iban a ser siempre muy queridas pues, según Quinto Curcio (Historia de Alejandro Magno, IV, 2.3), Zeus era su padre en tanto Heracles lo era de la dinastía macedónica. Sus primeros biógrafos hablan muy a menudo de los sacrificios ofrecidos por Alejandro a los dioses. Tras cada victoria sacrificaba animales a los dioses en general o a alguno en particular y les dedicaba procesiones y competiciones gimnásticas. Es célebre la ofrenda que hizo a Atenea tras la victoria sobre los persas en el Gránico, cuando envió a su templo en Atenas 300 armaduras persas completas con la inscripción: «Alejandro hijo de Filipo y los griegos, excepto los lacedemonios, de los bárbaros que habitan Asia». En Egipto se interesó por el templo de Zeus-Amón, ofreció sacrificios al dios Apis y consintió ser divinizado como Horus, «el príncipe fuerte, aquel que puso las manos en las tierras de los extranjeros, amado de Amón y elegido de Ra, hijo de Ra, Alejandro». Por lo demás nunca desdeñó incorporar a su propio panteón los dioses de los vencidos, a veces tras un proceso de sincretismo religioso mediante el cual acababan siendo identificados con las deidades griegas y macedónicas, por ejemplo cuando tras la conquista de Tiro, según Flavio Arriano (Anábasis de Alejandro Magno, II, 24.6), consagró al mismo Heracles «el barco sagrado de Tiro dedicado a Heracles, que había sido capturado en el ataque naval» y, benevolente –tras la masacre de la conquista–, amnistió a los fenicios que se habían refugiado en el templo de Heracles, es decir, el dedicado al Melqart tirio.



Ese respeto a los templos de las ciudades conquistadas —a excepción de Tebas, donde es posible que Alejandro no tuviese aún un completo control de su ejército— es otro rasgo de su religiosidad, junto con el continuado recurso a la adivinación. Si quiso deshacer el nudo gordiano es porque había sido profetizado que quien fuese capaz de soltar el nudo gobernaría toda Asia (Arriano, II, 3, 6-8). Para Plutarco (Al LXX, 2-4), que habla de un palacio «lleno de sacrificadores, de expiadores y de adivinos que llenaban el ánimo de Alejandro de necesidades y de miedo», como para Quinto Curcio, la mentalidad de Alejandro podía en ese aspecto calificarse de supersticiosa.



EXILIO

Un nuevo matrimonio de su padre, que podría llegar a poner en peligro su derecho al trono (no conviene olvidar que el mismo Filipo fue regente de su sobrino Amintas IV —hijo de Pérdicas III—, hasta la mayoría de edad, pero se adueñó del trono), hizo que Alejandro se enemistara con Filipo. Es famosa la anécdota de cómo, en la celebración de la boda, el nuevo suegro de Filipo (un poderoso noble macedonio llamado Átalo) rogó porque el matrimonio diera un heredero legítimo al rey, en alusión a que la madre de Alejandro era una princesa de Epiro y que la nueva esposa de Filipo, siendo macedonia, daría a luz a un heredero totalmente macedonio y no mitad macedonio y mitad epirota como Alejandro, con lo cual sería posible que se relegara a este último de la sucesión. Alejandro se enfureció y le lanzó una copa, espetándole: «Y yo ¿qué soy? ¿un bastardo?». En ese momento Filipo se acercó a poner orden, pero debido a su estado de embriaguez, se tropezó y cayó al suelo, lo que le granjeó una burla de Alejandro: «Quiere cruzar Asia, pero ni siquiera es capaz de pasar de un lecho a otro sin caerse.» La historia le valió la ira de su padre, por lo que Alejandro tuvo que exiliarse a Epiro junto con su madre, Olimpia. Para evitar un complot, Filipo también ordenó el exilio de todos sus amigos, siendo Frigio uno de los más cercanos. Más tarde, Filipo terminaría por perdonarle.



ASCENSO AL PODER

Filipo muere asesinado en el año 336 a. C. a manos de Pausanias, un capitán de su guardia, como resultado de una conspiración que es generalmente atribuida a Olimpia. Después de este hecho, Alejandro se aseguró que no quedara vivo ningún heredero que pudiese reclamar el trono, de esta forma tomaría las riendas de Macedonia a la edad de 20 años.

Tras suceder a su padre, Alejandro se encontró con que debía gobernar un país radicalmente distinto de aquel que heredó Filipo II 23 años antes, ya que Macedonia había pasado de ser un reino fronterizo, pobre y desdeñado por los griegos, a un territorio que tras el reinado de Filipo se consideraba como parte de la Hélade y un poderoso Estado militar de fronteras consolidadas con un ejército experimentado que dominaba indirectamente a Grecia a través de la Liga de Corinto. En un discurso, puesto en boca de Alejandro por el filósofo e historiador griego Flavio Arriano, se describía la transformación del pueblo macedonio en los siguientes términos:
Filipo os encontró como vagabundos y pobres, la mayoría de vosotros llevaba por vestidos pieles de ovejas, erais pastores de parvos ganados en las montañas y solo podíais oponer escasas fuerzas para defenderos de los ilirios, los tribalios y los tracios en vuestras fronteras. Él os dio capas en lugar de pieles de oveja y os trajo desde las cimas de las montañas a las llanuras, él hizo que presentarais batalla a los bárbaros que eran vecinos vuestros, de tal modo que ahora confiáis en vuestro propio coraje y no en las fortificaciones. Él os convirtió en moradores de ciudades y os civilizó merced al don de leyes excelentes y buenas costumbres. (Alejandro Magno)
Arriano, siglo II (1982b, p. VII.9.2)



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Fin de la Quinta Parte (8E)

Fuentes: Wikypedia, Afm Elierf, culturaclasica.com

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