jueves, 21 de noviembre de 2019

(8B) Alejandro el Magno: Parte III


La muerte del gran Filipo supuso que algunas polis griegas sometidas por él se alzasen en armas contra Alejandro ante la aparente debilidad de la monarquía macedonia. Alejandro  debía resolver dos puntos importantes: mantener el control de las ciudades y reclutar  mercenarios de las polis para su campaña contra Persia.
En la primavera del 335 a. C. lanza una exitosa campaña al norte, Iliria (hoy Albania y Macedonia del Norte) y Tracia (hasta las inmediaciones del río Danubio, hoy Rumanía), donde es avisado que Tebas se había sublevado, tomando una guarnición macedonia.



Alejandro, con una reacción relámpago, demostró rápidamente su destreza estratégica y militar: viajó casi 600 kilómetros hasta Tesalia para reafirmar el dominio en la región (ya había sido conquistada por Filipo), y emprendió el camino hacia el Ática, reprimiendo la sublevación de Tebas,[33] que opuso una feroz resistencia, reduciendo la ciudad a escombros. Después de ajusticiar a los sublevados, entrevistó a una parte de la población, ordenando más tarde la reconstrucción de la ciudad. Uno de los perjudicados era un deportista tebano de los Juegos Olímpicos, a quien Alejandro felicitó durante el desarrollo de estos,[8] y otro relato cuenta que una mujer que mató a un general tracio durante la contienda, fue liberada después de 
haber hecho una «defensa sincera».



Camino al sur del Ática, visitó el gran oráculo de Delfos, donde un general ateniense había depuesto a la pitonisa del templo, y que luego Alejandro restableció a la misma en su puesto. Allí tuvo en dos ocasiones sus oráculos. La primera visita fue bastante errática, teniendo los sacerdotes que irrumpir en varias ocasiones. «Alejandro, no puedes entrar con espadas aquí. Y tampoco puedes llevarte las cosas». En la segunda, fue a pedir el oráculo, pero en la residencia la pitia (sacerdotisa), que forcejeando le dijo «hijo mío, eres invencible»..



Su paso por Atenas fue por demás totalmente atípico. Los atenienses cerraron sus puertas, no por sublevación, sino por temor por lo ocurrido en Tebas. Alejandro, que sentía un gran respeto por los filósofos, el arte y la cultura de la ciudad, envió entonces una primera carta (era su estilo), a lo que respondieron: «estamos debatiendo si presentarte batalla o dejarte entrar». Por lo que, Alejandro, a través de otra carta propuso dejar a su ejército fuera y entrar solo. Dejó que solamente lo acompañaran algunos de sus amigos, los hetaroi. Una vez allí, Atenas reconoció su supremacía por el gesto, nombrándolo de esta manera hegemón, título que ya había ostentado su padre y que lo situaba como gobernante de toda Grecia, consolidando así la hegemonía macedónica, tras lo cual Alejandro se dispuso a cumplir su siguiente proyecto: conquistar el Imperio persa.



Una conocida historia fue, que de visita en Corintodurante los Juegos Ístmicos, se encontró con el filósofo Diógenes de Sinope, que se encontraba sentado en un gran barril reflexionando, preguntándole «Diógenes, dime qué puedo hacer por ti». A lo que este le respondió con una ironía: «sí, apártate de ahí, que me tapas el sol». La elocuente respuesta le valió las bromas de sus «compañeros» allí presentes. Asombrado por la elocuencia, Alejandro exclamó «¡Si no fuera yo Alejandro, me gustaría ser Diógenes!». Esto trascendió en los manuscritos de los filósofos y sofistas de toda Grecia. En otra ocasión, encontró a Diógenes revolviendo basura, al preguntarle qué era lo que estaba buscando, Diógenes respondió «estoy buscando huesos de esclavos, pero no hallo la diferencia entre estos y los de tu padre». Era claro que Diógenes despreciaba a Alejandro, quien nunca tomó represalia alguna.
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Fin de la Tercera Parte (8C)

Fuentes: Wikypedia, Afm Elierf, culturaclasica.com

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